Paul Ricoeur (1913-2005) es conocido como uno de los más sugerentes esponentes de la fenomenología y la hermenéutica. Su principal objeto de estudio fue la naturaleza del texto y su lectura, lo que lo llevó a interesarse por la simbólica, el testimonio, la memoria, la autoconciencia, entre otros aspectos de la interpretación. Uno encuentra en sus obras la que quizá sea la mejor hermenéutica de la tradición judeocristiana, que las teologías suelen siempre empobrecer con sus "saltos de fe". Esto porque no se rehúsa a los conflictos entre las interpretaciones, en los que ve más bien la única posibilidad de cristalizar el sentido del ser, en tanto objeto de la filosofía. Como no es posible remontarse a ninguna instancia anterior a la de las obras del hombre, es en ellas -en el lenguaje- donde debe a su vez "expresarse toda comprensión óntica y ontológica".
La obra que aquí se presenta, sin embargo, no es de interés exclusivo de quienes quieran pensar el fenómeno religioso, ya que plantea importantes reflexiones sobre la literatura (la creación metafórica) y la comprensión filosófica de la realidad. Se trata de pensar, y Ricoeur es el filósofo que más se ha dedicado al origen del pensamiento en el lenguaje poético y simbólico, sin prejuicios antiplatónicos, porque no abandona en absoluto (como sí lo hace torpemente Rorty) las pretensiones originarias de la filosofía en tanto metafísica. Convertir a la filosofía en teoría literaria es empobrecer a ambas, a la filosofía y a las teorías literarias. Ricoeur, en cambio, tiene la valentía suficiente para seguir asumiendo el riesgo de la elaboración conceptual, pero reconociendo su deuda y su retraso frente a lo que Nietzsche (uno de sus "maestros de la sospecha", junto a Marx y Freud) llamaba "grados previos de la filosofía". Creo que la mejor caracterización de esa vocación filosófica que él tenía se halla en sus propias palabras:
La obra que aquí se presenta, sin embargo, no es de interés exclusivo de quienes quieran pensar el fenómeno religioso, ya que plantea importantes reflexiones sobre la literatura (la creación metafórica) y la comprensión filosófica de la realidad. Se trata de pensar, y Ricoeur es el filósofo que más se ha dedicado al origen del pensamiento en el lenguaje poético y simbólico, sin prejuicios antiplatónicos, porque no abandona en absoluto (como sí lo hace torpemente Rorty) las pretensiones originarias de la filosofía en tanto metafísica. Convertir a la filosofía en teoría literaria es empobrecer a ambas, a la filosofía y a las teorías literarias. Ricoeur, en cambio, tiene la valentía suficiente para seguir asumiendo el riesgo de la elaboración conceptual, pero reconociendo su deuda y su retraso frente a lo que Nietzsche (uno de sus "maestros de la sospecha", junto a Marx y Freud) llamaba "grados previos de la filosofía". Creo que la mejor caracterización de esa vocación filosófica que él tenía se halla en sus propias palabras:
Pues se trata de pensar. Yo no abandono en absoluto la tradición de racionalidad que anima a la filosofía desde los griegos; no se trata en absoluto de ceder a no sé qué intuición imaginativa, sino de elaborar conceptos que comprendan y hagan comprender, conceptos encadenados según un orden sistemático, aunque no en un sistema cerrado. Pero se trata, al mismo tiempo, de transmitir, por medio de esta elaboración de razón, una riqueza de significación que ya estaba allí, que siempre ya ha precedido a la elaboración racional. Pues ésta es la situación: por una parte, todo ha sido dicho antes de la filosofía, por signo y por enigma; es uno de los sentidos de la expresión de Heráclito: 'el Maestro cuyo oráculo está en Delfos no habla, no oculta, significa'. Por otra parte, tenemos la tarea de hablar claramente, asumiendo quizás el riesgo de ocultar, al interpretar el oráculo. La filosofía comienza desde sí, es comienzo. Así, el discurso continuado de los filósofos es a la vez reasunción hermenéutica de los enigmas que lo preceden, lo implican y lo nutren, y búsqueda del comienzo, aspiración al orden, apetito del sistema". (El conflicto de las interpretaciones, p. 292.)
Esta obra, dedicada en buena cuenta a plantear su lectura de una hermenéutica común entre fe bíblica y antropología filosófica, alcanza un verdadero punto cenital en su epílogo, en el que además cuestiona la fácil y popular pero francamente insuficiente oposición que Leo Strauss hizo entre Atenas y Jerusalén. Casi en las líneas finales se lee:
En lo que atañe a la edición, ésta podría haber sido mucho más cuidadosa. Se omiten, por ejemplo, las páginas de respeto entre el índice y el estudio preliminar, así como entre este último y la obra misma. Mi ejemplar tiene además, en una página de dicho estudio, una mancha de origen; es decir, de impresión, que, si bien no cruza mucho el texto, denota falta de revisión por parte del impresor y del editor. Otras carencias más importantes son la falta de una nota sobre los criterios de traducción y de compilación (se trata de artículos de distinta procedencia que aparecen como capítulos) y la falta de una adecuada presentación de esta obra en particular (el estudio preliminar es una presentación de la obra de Ricoeur en general). Además se encuentra numerosas erratas, gazapos y errores de tipeo que evidentemente se deben a la corrección automática del procesador de textos, todo lo cual perturba seriamente la lectura. Dicho esto, recomiendo vivamente el contenido de este libro, tanto si se es creyente como especialmente si no lo es, y, en la medida de lo posible, recurriendo a los artículos originales mencionados al comienzo de cada "capítulo". No obstante, eso no puede ser hecho con todas las fuentes porque incluye textos aparentemente inéditos, por lo que, a pesar del excesivo descuido del grupo encargado, vale la pena adquirir esta edición.
si, como parece, después de la crítica de Kant y del feroz asalto de Nietzsche, el proyecto de la teología natural se encuentra a la vez condenado desde fuera y agotado desde dentro, ¿no ha llegado el tiempo de reconducir la inteligencia de la fe a su origen, sobre una base más exegética que teológica, mientras que la filosofía por su lado ha de ser intimada a renunciar a su hybrís totalizante y fundacional? Pero esta nueva separación entre inteligencia de la fe y antropología filosófica, a la que hace justicia mi propia obra, no pone fin sin embargo a la tarea para la fe bíblica de ser una fe pensante, ya que el mundo cultural al cual ella no deja de pertenecer ha sido de una vez para siempre educado en el concepto. Es perfectamente inútil oponer Jerusalén a Atenas. Es por ello que la inteligencia de la fe, de la que no se ha cesado de hacer cuestión en este epílogo, no puede no integrar los instrumentos reflexivos e intelectuales que debe a esta cultura de origen griego. En este sentido, es en su mismo seno que una fe pensante debe continuar el diálogo de la representación y el concepto. Así somos reconducidos al punto de partida de esta meditación, a saber, el carácter hermenéutico común a la fe bíblica y a la filosofía. (p. 197.)
En lo que atañe a la edición, ésta podría haber sido mucho más cuidadosa. Se omiten, por ejemplo, las páginas de respeto entre el índice y el estudio preliminar, así como entre este último y la obra misma. Mi ejemplar tiene además, en una página de dicho estudio, una mancha de origen; es decir, de impresión, que, si bien no cruza mucho el texto, denota falta de revisión por parte del impresor y del editor. Otras carencias más importantes son la falta de una nota sobre los criterios de traducción y de compilación (se trata de artículos de distinta procedencia que aparecen como capítulos) y la falta de una adecuada presentación de esta obra en particular (el estudio preliminar es una presentación de la obra de Ricoeur en general). Además se encuentra numerosas erratas, gazapos y errores de tipeo que evidentemente se deben a la corrección automática del procesador de textos, todo lo cual perturba seriamente la lectura. Dicho esto, recomiendo vivamente el contenido de este libro, tanto si se es creyente como especialmente si no lo es, y, en la medida de lo posible, recurriendo a los artículos originales mencionados al comienzo de cada "capítulo". No obstante, eso no puede ser hecho con todas las fuentes porque incluye textos aparentemente inéditos, por lo que, a pesar del excesivo descuido del grupo encargado, vale la pena adquirir esta edición.
Autor: PAUL RICOEUR
Formato: 15 x 21 cms.
Páginas: 198
Editorial: Prometeo Libros; Pontificia Universidad Católica Argentina
Ciudad: Buenos Aires
Año: 2008
Traducción: Néstor Corona, Ricardo Ferrara, Juan Carlos Gorlier y Marie-France Begué
ISBN: 978-987-574-275-8
Materia: Religión
Reseña editorial:
Dice Paul Ricoeur: "En la misma medida en que defiendo mis escritos filosóficos contra la acusación de cripto-teología, me guardo con el mismo cuidado de asignar a la fe una función cripto-filosófica, lo que sería seguramente el caso si se esperara de ella que 'cierre los agujeros' abiertos por las múltiples aporías en las que, según me parece, desembocan problemas tales como el de la identidad del sí mismo a través del tiempo o los dilemas morales abiertos por los conflictos de los deberes. Con respecto a esto, me cuido de aplicar a la relación entre filosofía y fe bíblica el esquema pregunta-respuesta, como si la fe aportara sus propias respuestas a las preguntas que la filosofía plantearía y dejaría abiertas. Es preciso reconocer que también la filosofía asume a menudo el carácter de respuesta, así como que la fe es frecuentemente interrogante. Para inteligir la relación entre fe y filosofía, es preciso reconocer la diferencia entre problema y llamado. Resolver un problema planteado es lo que nosotros hacemos y formulamos en filosofía o en matemáticas; en cambio, un llamado es recibido, no como viniendo de nosotros, sino, para el creyente judío o cristiano, de una Palabra recogida en las Escrituras y trasmitida por las tradiciones que resultan de ellas, según una multiplicidad de caminos suscitados por la diversidad primitiva de estas Escrituras, ninguno de los cuales agota la riqueza inextinguible de la Palabra".
Página Web de Prometeo Libros.
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